Parece que ya tenemos gobierno central, y que se abre una nueva etapa de diálogo sobre la cuestión catalana. El diálogo puede ser dilatorio; de sordos; de “besugos”, en el que las partes se miran abriendo y cerrando la boca; o empático, en el que cada parte entiende la posición de la otra y reconoce su parte de responsabilidad en la creación y solución de la situación. Matemáticamente, la intersección de (A) i (NO A) es 0. Pero la política no es matemática. Una solución don vencidos no es buena para las relaciones a largo plazo. Conviene encontrar soluciones creativas en las que todo el mundo salga ganado. Dicen que el diálogo será sin condiciones; ¿pero por ambas partes?
Una parte de los catalanes quieren la independencia de Cataluña, en forma de república, con la aceptación por el estado español que permita la continuidad en la comunidad europea. Dicen que el pueblo de Cataluña está sufriendo opresión desde 1714, y que la democracia española es en realidad una dictadura fascista. Que hay presos políticos, que han de ser amnistiados. Que la independencia de Cataluña es posible y que el coste de alcanzarla compensara a las siguientes generaciones. Que Cataluña está ocupada y tiene derecho inalienable a la autodeterminación; y que el mundo acabará reconociendo este derecho. Que hablan en nombre de toda Cataluña.
Otra parte de los catalanes quiere continuar formando parte de la nación española, mejorando la reinversión de los impuestos que pagan, eliminando TV3 y el poder de decisión de la Generalitat sobre los contenidos ideológicos de la educación. Tal vez habría que recortar competencias en seguridad o prisiones de un gobierno que no busca la unidad sino la separación. La justicia ha de actuar donde se incumple la ley, inmunidad no quiere decir impunidad, los políticos presos han de cumplir sus condenas. Cataluña tiene las más altas cotas de autogobierno democrático jamás alcanzadas en su historia. Los costes de alcanzar la independencia no compensan, como mínimo, hasta dentro de tres generaciones.
El diálogo puede ser sin acuerdo. El punto de encuentro puede ser un concierto económico, indulto para los políticos presos, mayor reconocimiento de la especificidad de Cataluña dentro de la nación española y del marco constitucional. La esperanza es lo último que se pierde, crucemos los dedos para que este diálogo nos lleve a una situación en la que las “esteladas” desaparezcan del paisaje catalán, y en todas partes la bandera nacional ondee junto a la “senyera”.