Saben aquell que diu que un padre está en el parque con su hijo de seis años, le sube a un árbol y le dice: “niño salta, que yo te cojo”; el hijo salta, el padre se aparta, y el niño se da de morros contra el suelo; el padre le dice: “para que aprendas a no fiarte ni de tu padre”.
Los negocios dependen de la confianza: de los empleados, clientes, socios, banqueros, proveedores…. La confianza consiste en mostrarnos vulnerables, lo que requiere creer que los demás tienen buenas intenciones, son honestos, están capacitados y se preocupan por nosotros. El nivel de confianza con las mismas personas puede variar según el tema. Sin confianza las empresas no pueden crecer más allá de una dimensión. La confianza es un elemento en principio natural dentro de las familias.
Casi el 4% de la población tiene un grado de desconfianza tal que llega a la patología de ser paranoide. Hay quien es tan desconfiado que se va a la tumba con los secretos del éxito de la empresa familiar.
Una cuestión muy debatida es la de si la confianza te la dan o te la ganas, y puede ser como la del sexo de los ángeles. Sea como sea, en toda relación hay un nivel de confianza, que fluctúa, como el saldo de una cuenta corriente, en función de lo que hacemos o dejamos de hacer. La confianza se tarda años en construir y segundos en destruir.
En la empresa familiar podemos tener que compartir información con la familia, con la propiedad, con el gobierno de la empresa, con la dirección, con los colaboradores, con el público en general. En función del grado de confianza, del que y cuando la forma de comunicación será diferente: informativa, consultiva o decisoria.
Hay que recordar que “sólo te puede traicionar aquel en quién confías”; por lo que deben establecerse los sistemas de control adecuados con independencia de quien sean las personas que ocupan los puestos. Confiar no debe ser sinónimo de abdicar del control. En situaciones de crisis en las que con facilidad se coge la tijera para reducir gastos es muy fácil en la empresa familiar reducir los de control, como pueden ser las auditorias. Por otro lado, siguiendo la ley de la entropía los sistemas tienden por propia naturaleza a degradarse. Hay que confiar, pero “no conviene poner al zorro a vigilar el gallinero”, porque “la ocasión hace al ladrón”.
La peor debilidad es la falta de confianza en uno mismo.