¡Yo también soy accionista”!” es una frase que en más de una ocasión me ha dicho algún integrante de familia empresaria cliente. Y es que muchas veces, sobre todo en las empresas de primos, los que no trabajan en el negocio se sienten menospreciados por parte de los que están en el día a día. Se ha levantado un muro, talvez de forma involuntaria, que diferencia entre los que trabajan en la empresa y los que no. Unos pueden ver a los otros como sólo interesados en detraer recursos de la empresa, los otros a los unos como beneficiarios privilegiados de la empresa.
Los accionistas tienen legalmente unos derechos por el sólo hecho de serlos. Estos pueden variar en función del porcentaje de acciones que se tienen; y estas se pueden agrupar para ejercerlos, si es necesario. Es importante que los derechos los conozcan las minorías, y también las mayorías. Derechos en la Junta, de documentación, de participación. Que pueden variar según estemos en una sociedad anónima o limitada; y en función de los estatutos de cada empresa en concreto.
Pero si en una empresa familiar hemos de empezar a hablar de derechos, de lo que dice la ley y los estatutos, es que ha fallado de forma importante un elemento esencial para que funciones de forma adecuada el engranaje entre familia y empresa: la comunicación, el mejor lubricante para las relaciones entre la empresa y la familia. Sin comunicación es muy difícil que haya implicación de los accionistas actuales y futuros.
Es responsabilidad, en primer lugar, de los accionistas que están en el día a día del gobierno y de la dirección de la empresa hacer que el resto se sientan partícipes. Que tengan dentro del plazo y en la forma adecuada toda la información a la que tienen derecho, sin necesidad de pedirla. Que participen en la toma de decisiones estratégicas que afectan a la propiedad.
Los accionistas de una empresa familiar no son iguales que los de una cotizada. Estos tienen muy fácil su salida, saben dónde y a qué precio vender. Los de aquella pueden sentirse prisioneros, y no hay nada peor que un socio a disgusto. Los accionistas de una empresa familiar tienen más derechos y deberes de los que otorga la ley. Si queremos continuar en sociedad hemos de hacer que todos se sientan propietarios responsables; es decir, conscientes de sus responsabilidades y derechos, y con voluntad de aportar, dentro de sus capacidades.