Se acerca el momento de la Junta General en muchas empresas familiares y hay que dar respuesta a una de las cuestiones más típicamente conflictivas en las familias empresarias que están más alla de la generación fundadora: ¿repartimos beneficios o los reinvertimos? Las opiniones pueden ser especialmente diferentes entre los que están en el gobierno o dirección de la empresa y los que están más alejados. Aquellos pueden ver a estos como unas aves de rapiña sólo interesadas en detraer recursos de la empresa.
Hasta hace poco tiempo el reparto lo decidía la junta por mayoría y la minoría tenía que tragar, pero desde el año 2010 tenemos el artículo 348 bis de la Ley de Sociedades de Capital, que en su corta vida ha sufirdo modificaciones y suspensiones. Este artículo establece el derecho de separación en caso de que la empresa no reparta un 25% de sus beneficios; derecho sujeto a una serie de requisitos formales, de tiempo y otros. Después de la ultima reforma, este derecho se puede eliminar en los estatutos sociales con el acuerdo unánime de todos los socios y derecho de salida de los disidentes.
Teneindo en cuenta lo que dice la ley, yo recomiendo a mis familias empresarias clientes que fijen una forma de cálculo de los dividendos a repartir en función de los resultados de la empresa y de sus necesidades estratégicas. Ha de evitarse entrar cada año en una discusión de que cantidad se repartirá.
Hay ocasiones en las que lo aconsejable es invertir en nuevos negocios en lugar de en el de toda la vida. Una estructura holding puede facilitar las inversiones en nuevas actividades sin tener que pasar por caja a escala personal pagando IRPF de los beneficios repartidos. En otras ocasiones les recomiendo que destinen una parte de los beneficios a apoyar e incentivar el emprendimiento de las nuevas generaciones, ya que la empresa empezó por el espíritu emprendedor de los fundadores, y si se pierde será más difícil adaptar-se a los cambios del mercado y negocio. Además, hacer que los continuadores participen (participar no significa necesariamente decidir) en el proceso de decisión de estas nuevas inversiones ayuda a que la familia empresaria incorpore una visión del mundo probalmenete más actualizada. Y hace que la siguiente generación se conozca en el mundo de los negocios, es decir más allá de los encuentros familiares, y que aprendan a actuar en común.
En alguna ocasión he tenido que intervenir para ayudar a hacer entender que el dividendo no puede ser fijo, independiente de los resultados de la empresa. Es muy ariesgado acostumbrar a los accionistas al hecho de que su retribución sea independiente de la marcha de la empresa. También he visto empresas que se endeudan para mantener el dividendo, con lo que se narcotiza al accionista champiñón (el que vive a oscuras).
Entre las fortalezas de la empresa familiar están la visión a largo plazo, el concepto de legado (algo que se recibe para traspasar aumentado a la siguiente generación) y la capacidad de sacrificio. Pero los accionistas que trabajan, dirigen o gobiernan en negocio han de ser empáticos y comprender que el resto de accionistas en el largo plazo esperan una rentabilidad como mínimo igual a la media del mercado. Y los accionistas más alejados del día a día han de ser accionsitas responsables; es decir, conscientes de que es una empresa, capaces de diferenciar beneficios de caja.
Alguna empresa familiar centenaria que todos conocemos se ha acabado vendiendo porque, entre otras razones, se ha estado demasiados años sin repartir unos dividendos razonables. Y es que una opción alternativa al reparto de dividendos es la venta de acciones. Esta es la filosofía de Warren Buffet en Berkshire Hateway, al no repartir beneficios se tiene ahorros fiscales y quien necesita dinero vende acciones con plusvalía (o pérdida si es el caso). El problema en las empresas no cotizadas es que esta realización de patrimonio no es tan fácil, por eso aconsejo crear un bolsín interno o mecanismo de compra de acciones a aquellos accionistas que quieran salirse.
Todo esto: reparto i reinversión de beneficios, formación de accionistas y continuadores como socios responsables, apoyo al emprendimiento, diversificación, son temas que conviene que la familia empresaria hable de forma regular y sincera. No hace falta que refleje los acuerdos en piedra como las tablas de Moisés, pero si que recomiendo poner los acuerdos por escrito, ya que a veces las palabras se las lleva el viento.
Aunque todo el mundo lo sabe, recordar que para poder repartir dinero primero hay que ganarlo, y después tenerlo en caja. “¿Repartir o reinvertir? esa es la cuestión” diría Hamlet si tuviese una empresa familiar.