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Antes del verano trate el tema del primer consejo que doy a las familias empresarias: hablar. Hoy toca hacerlo del segundo: planificar. Pero esto también conviene hacerlo hablando con las personas implicadas, por activa y por pasiva; es decir con los que la han de ejecutar y os que han de recibir sus efectos. Esto lo tenemos muy claro al planificar los temas de empresa, y también lo ha de ser así con los de familia empresaria.
Son muchos los temas sobre los que la familia empresaria puede planificar. El primero es el de su continuidad; puede ser mejor vender o cerrar. ¿Están los continuadores capacitados y tienen voluntad? En caso negativo ¿Qué conviene hacer al respecto? También se ha de planificar el relevo en la propiedad, teniendo en cuenta las consecuencias fiscales de cada opción; y el relevo en la dirección del negocio, que talvez conviene externalizar. ¿Qué planificación hacemos en relación a la incorporación de familiares al trabajo en la empresa, o al gobierno de la misma? ¿Cómo planificamos la distribución de beneficios, versus reinversión? Tema que puede ser muy importante cuando no todos los accionistas trabajan en la empresa. ¿Cómo planificamos la profesionalización de la empresa, de sus sistemas y de sus estructuras?
Una cuestión muy importante también es que planificación se hace en relación al emprendimiento de las siguientes generaciones. Dentro y fuera de la empresa. La empresa nació por el emprendimiento de los fundadores, “de un loco que se atrevió a soñar”. Si se pierde este espíritu es muy difícil que la empresa supere con éxito los retos a los que deberá hacer frente en el futuro (“toda empresa tiene una bala digital con su nombre” dicen). ¿Cómo apoyamos los nuevos proyectos? Conviene hacerlo con profesionalidad.
Toda planificación bien hecha ha de tener unos objetivos concretos, específicos y medibles. Unos planes de acción para alcanzarlos, con calendario e hitos. Unos responsables y un seguimiento. El principal motivo de fracaso es el no seguimiento, y en su caso las medidas correctoras. Todo buen plan ha de tener planes de contingencia; la covid nos ha recordado que los imprevistos existen.
Hablar está muy bien y es imprescindible, pero “pruebas son amores y no buenas razones”, hay que pasar a la acción si queremos garantizar al máximo la continuidad de nuestra familia empresaria, con la empresa actual o con otra. La planificación no garantiza la felicidad, pero aumenta su probabilidad.