A las V Jornadas de Empresa, organizadas por la Fundación *Sorli, bajo el título “El reto de la igualdad a las empresas”, asistió gente alineada, como a los mítines de los partidos políticos. Un 80% de mujeres y con perfil me pareció poco empresarial; quizás porque el acto no estaba dirigido a propietarios de empresa e integrantes de familias empresarias.
Yo soy machista saliente del armario quizás, puesto que he pasado de tener tres hijos a tres nietas (y un nieto). Dicen los psicólogos que las actitudes son consecuencia de los conocimientos, los sentimientos y la predisposición a la acción; no sé yo si también hay un porcentaje de genética selectiva que hace que los hombres seamos más de Marte y las mujeres de Venus. Compartir en un tema tan pantanoso con lo políticamente correcto puede ser peligroso.
El miedo está cambiando de bando. Las generalizaciones son muy fáciles de hacer. Puede haber mucho femiwashing. Un viejo chiste machista decía que lo más dolores de las operaciones de cambio de sexo es el trasplante del cerebro. Quizás el cambio de pensamiento es lo que más nos puede costar a más de un hombre para eliminar los estereotipos de género. Necesitamos baneras rojas para cambiar de pensamiento.
La conferencia central a cargo de Esther Nin, fue un repaso irónico de la historia del feminismo. Conocer la historia emancipa, porque ayuda a entender de dónde venimos. En la biblia la mujer empieza mal, sale de una costilla de Adam y con la manzana es causa de los males; con la mitología y filosofía griega no mejoran, ni con el catolicismo ni protestantismo. El igualitarismo empezó con la Revolución Francesa, con un paso atrás en el código napoleónico y el romanticismo. Fueron las mujeres cuáqueras abolicionistas las que empezaron con el sufragismo. Se centró en el mundo occidental; no habló del islamismo porque “no hay que ir en el Yemen”, si bien recalcó que hay lugares como Afganistán en los que prohíben la formación de las mujeres.
Dijo que el patriarcado no es culpa de los hombres, no se los tiene que culpabilizar; es una construcción con participación femenina. Hay mujeres más machistas que muchos hombres. El feminismo es la igualdad –real- de derechos. (Las diferencias entre hombres y mujeres son positivas). El desarrollo de las sociedades se puede medir por el papel de las mujeres. Este es resultado del polinomio: FORMACIÓN (en mayúsculas), trabajo, dinero, independencia. La meritocracia es un engaño. Igualdad y libertad no son naturales, se tienen que establecer por la fuerza y proteger. Las cuotas temporales son necesarias para forzar el cambio. El régimen sancionador es incómodo, pero necesario, igual que el Código Penal pone consecuencias por las conductas.
Las mujeres tienen que compaginar la función productiva y reproductiva. Han salido de casa, pero no todos los hombres hemos entrado para corresponsabilizarnos del hogar. No se trata de ayudar sino de *co-gestionar. Las mujeres no son ninguna minoría; son la mitad de la población. Hay desproporción entre la formación de las mujeres y los lugares de poder que ocupan. No se trata de poner más sillas, sino que los hombres vayan dejando libres. Las empresas son un poderoso agente de cambio, eliminando los techos de cristal, con los mensajes internos y la influencia externa; transmitente valores y cultura. El talento femenino es patrimonio de la sociedad.
De la mesa redonda posterior saqué que se tiene que dar visibilidad a las mujeres empresarias y directivas; potenciar la cultura de liderazgo femenino, la empatía de los hombres versus las mujeres, y las mejores prácticas. Las agresiones psicológicas son difíciles de demostrar. “Los hombres feministas son sexys; “nos ponen”.
La sesión acabó con un muy buen corto denominado “Bonita” al que solo se puede hacer el reproche del estereotipo que el personaje machista hable en castellano; solo haría falta que fuera un marroquí o subsahariano para hacer creer que el machismo es cosa de recién llegados.
Conclusión: no todas las mujeres tienen la oportunidad de decir y demostrar que “Yo lo valgo”.