Otra vez se acerca la Navidad. Una de sus manifestaciones tradicionales en nuestra cultura es la de los Belenes. El año pasado en el Parlamento de Cataluña fue retirado por la vicepresidenta en funciones. Tal vez algún político podría proponer la eliminación de la festividad del 25 de diciembre ya que es una celebración evidentemente religiosa. El laicismo está imponiéndose cada vez más y en más lugares, pretendiendo relegar las manifestaciones religiosas, como la Navidad cristiana, al ámbito privado. No sólo aquí, en Francia el año pasado varios tribunales obligaron a retirar Belenes públicos. Se produce una lenta expropiación de nuestra cultura milenaria.
Hay quien argumenta que la religión debe replegarse al ámbito privado, y que la administración en un estado plural y aconfesional no debe facilitar la apropiación de espacios públicos por parte de las religiones. Pero la Constitución, que garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, establece que ninguna confesión tendrá carácter estatal, y que los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones. Para reformar este articulo 16 es necesaria mayoría de dos tercios de ambas cámaras, disolución de las Cortes, aprobación por igual mayoría y referéndum. Pero dejemos al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, de acuerdo con Mateo 22,21.
Ciertamente la creencia en el nacimiento de Dios hecho hombre es una cuestión personal que no pude imponerse; y es muy posible que Jesús estuviese más cerca de muchos postulados –no todos- de Sumar que de Vox. El nacimiento en un pesebre y sus acontecimientos cercanos (Santos Inocentes, huida a Egipto) nos recuerdan a los desfavorecidos y perseguidos. El ángel no anuncio el nacimiento a los poderosos, sino a los pastores, diciéndoles: “os anuncio una buena nueva que traerá a todo el pueblo una gran alegría” (Lc 2,10).
Las iglesias continúan siendo en nuestro país la mayor reunión semanal de gente, pero la edad media de los asistentes –empezando por el oficiante- está creciendo de forma alarmante. ¿acabaremos los cristianos desapareciendo prácticamente de Cataluña, como ocurrió en Palestina? Hay quien afirma que la bajada de practicantes es debida a la posición de la Iglesia respecto a la ordenación de mujeres, el divorcio, aborto, celibato, anticonceptivos y la pederastia. Pero también la sufren los anglicanos. El consumismo parece que es la nueva religión de muchos.
Hay distintas religiones que expresan la búsqueda de la trascendencia por parte del ser humano, la búsqueda del más allá, de las realidades eternas. En cambio, en el cristianismo, que hunde sus raíces en el judaísmo, este fenómeno es inverso: es Dios quien busca al ser humano. El cristianismo es más que un conjunto de reglas morales elevadas, como pueden ser el amor perfecto, o, incluso, el perdón. El cristianismo es la fe en una persona. Jesús es Dios y hombre verdadero. Una fe a la que asaltan muchas dudas de la razón; pero como dicen: “fe sin dudas, dudosa fe”.
Hay muchas formas de vivir la Navidad: felicidad, tristeza, consumo, indiferencia, oposición. Su proximidad al solsticio de invierno nos recuerda el nacimiento de una nueva vida. Y el nacimiento de Jesús nos recuerda que se puede cambiar el mundo siendo humildes. La Navidad siempre es igual y diferente, porque el mundo y nosotros cambiamos. Hemos de encontrar esa alegría en un entorno muchas veces con situaciones incomprensibles, y saberla anunciar a los demás. Tal vez no sea una alegría material, sino de la esperanza de que podemos mejorar la vida de los que nos rodean más allá del círculo íntimo. “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:46), “guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos;….. cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha…” (Mateo 6)
Reivindiquemos els pastorets, el tió, el cagane y la Navidad auténtica.