FAMILIA EMPRESARIA TARIBÓ (Viaempresa 18/6/25)

MEJOR HUBIESE SIDO QUEMARLO

Recientemente Salvador Sostres ha escrito un artículo, del que copio el titular, sobre la situación de la empresa familiar Camarasa y su establecimiento en la plaza Francesc Macía, diciendo que lo mejor que podían haber hecho era incendiarlo y cobrar del seguro. Al igual que él sé que ver en graves dificultades un negocio familiar reabre las heridas de la historia del fracaso del propio; que ha agua pasada se ve mejor lo que llevó al triste final.

Responder a una pluma como la de Salvador es sin duda un deporte de alto riesgo. Pero todo el mundo tiene derecho a una defensa, incluso cuando la crítica viene envuelta en brillo literario y sentencias lapidarias.

Sobre la familia empresaria Taribó escribí en enero de 2022, después de hablar con ellos. Debo reconocer que, a diferencia de Salvador, no les advertí del peligro ni les sugerí alternativas tan contundentes como las que él propone. Quizás porque no creí que estuviera en posición de hacerlo, o porque vi en ellos algo que no me pareció condenado de entrada.

Es cierto que el ADN no garantiza ni la transmisión de la capacidad empresarial ni la voluntad por ejercerla; pero tampoco le impide necesariamente. Cada generación afronta sus propios retos y el mérito del fundador no asegura la continuidad ni el éxito de los descendientes.

También es cierto que la mayoría de los nuevos proyectos fracasan. Pero sin emprendimiento no existe supervivencia empresarial. Cada intento, por arriesgado que sea, es una apuesta por el futuro. El proyecto de Francesc Macià era muy ambicioso, incluso temerario si se quiere, pero los resultados en la Illa Diagonal eran muy positivos, lo que demuestra que no todo fue una cadena de errores.

Y es que no existe fracaso si se aprende de los errores. Las historias empresariales están llenas de tropiezos, incluso de caídas, que después han dado lugar a grandes renacimientos. «Hasta el rabo todo es toro». Ya veremos cómo acaba la historia, y qué hace Marc en el futuro. No es justo cerrar el libro en la página más oscura.

El derecho a ganar dinero siempre se compensa con el riesgo de perderlo. Así funciona el mundo empresarial. Lo que no tiene cabida en este juego legítimo es la propuesta, aunque sea en tono provocador, de incendiar el establecimiento para cobrar del seguro. Sería éticamente reprobable y contrario a cualquier principio de responsabilidad.

Por último, profesionalizar la empresa no significa necesariamente excluir a la familia. Quiere decir exigir formación, criterio y compromiso, tanto si se lleva el apellido fundador como si no. Y en este caso, no podemos obviar que el cierre de los puntos de venta en El Corte Inglés ha sido un factor que probablemente ha contribuido, de forma decisiva, a la situación actual.

Las empresas familiares son frágiles pero valientes. No todas sobreviven, pero todas merecen algo más que una lápida. Merecen comprensión, contexto y, por qué no, una segunda oportunidad.

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