Enrique Echegoyen (79) y su hermano Valero (85) son tataranietos de Marco Morgantini, natural de Domodossola (Italia), quien se vino sobre 1813 a Zaragoza, ya que, tras la guerra de La Independencia, la Florencia española requería de su oficio de maestro vidriero para la reconstrucción. En 1833 abre establecimiento fijo junto al palacio de los Luna, en el Coso, ampliando el negocio a la hojalatería en plata y posteriormente diversifica a hojalatería para canales. Tiene una única hija, Delfina, que se casa con Valero Echegoyen Sanz, natural de Sanguesa (Navarra). Su hijo Emilio revoluciono el negocio entrando en las canalizaciones de fibrocemento (uralita), la fabricación de aguamaniles, la instalación de pararrayos y calefacciones (Gran Hotel, Academia General, Estación de Canfranc). Tuvo siete descendientes. Uno de ellos, Valero, se incorporó junto a un hermano que quería ser torero hasta que su padre le puso delante de uno en una plaza. Murió de pulmonía a raíz de estar bajo la lluvia mientras colocaba los canalones del edificio del Heraldo. Tras la guerra civil, por la falta de materiales, Emilio creo una fundición en Utebo. Los problemas de calidad acabaron llevando a una suspensión de pagos, con casi cien empleados, que acabo en cierre.
La viuda de Valero, con 50 años, reinició el negocio, con su hermano, siete empleados y el apoyo del suegro, mientras su único hijo crecía. Valero mantuvo el negocio. Un infarto precipito que sus hijos Valero (técnico) y Enrique (empresariales) se hicieran cargo de la empresa, ampliando el negocio. Entraron en el sector de la construcción, donde tuvieron varias “pilladas de dedos”. En el año78 crearon Echeman Mantenimiento, que se formalizaría como SA años más tarde, para el mantenimiento de las instalaciones que hacían, negocio que actualmente supera al originario (Valerio Echegoyen SA). Empezaron a dar un paso al lado por edad y cuando se dieron cuenta de que empezaban a ser un estorbo para sus continuadores. Se incorporo un hijo de cada hermano en cada una de las empresas, de acuerdo con lo previsto en el protocolo familiar pactado. En el mismo también se establecía un muro, a todos los efectos, entre la empresa y los familiares no sanguíneos. Los dos hermanos encontraron en el motociclismo una alternativa al trabajo en la empresa.
La gran recesión (2008-13), con un gran volumen de impagados en constructores y promotores, les llevo a tener que presentar concurso de acreedores. Los primos en “lugar de tirar la toalla” remontaron la situación, en gran parte debido a que la empresa continua con el nombre familiar en la séptima generación. Ese es también el motivo para haber hecho oídos sordos a ofertas de compra. Uno de los primos deja la empresa a todos los efectos, manteniendo cada rama la propiedad del 50%. La octava generación tiene trece integrantes, el mayor de ventidos, de los que sólo podrá entrar uno por rama en cada empresa, siempre que cumpla los requisitos de la vacante.
La facturación global es de casi ocho millones de euros, con una plantilla de setenta y cinco personas y un ebitda del ocho por ciento. Seleccionan proyectos atendiendo al margen y al plazo de cobro. El principal reto es la implicación del personal para dar servicio 24/7.
Enrique es partidario del principio de que “la empresa para quien la trabaja”.
Esta historia de siete generaciones de una familia empresaria permite reflexionar sobre la importancia de la resiliencia para ir evolucionando con el mercado y superando las crisis económicas o familiares como fallecimientos prematuros; los procesos de relevo; las ventajas de la poda, en este caso natural por el número de descendientes, para mantener un equilibrio entre la dimensión de la empresa y de la familia; el peso del nombre en el orgullo de pertenencia y deseo de continuidad frente alternativas de cierre o venta; la importancia de la planificación; las normas de incorporación de familiares en la empresa; la salida de socios; y el papel de las parejas, entre otras cosas.
Entre los retos que tienen por delante, parte de que el negocio continue teniendo futuro, cabe destacar la formación de la próxima generación como propietarios responsables ante el reto de que no todos trabajen en la empresa familiar; y la necesidad de poner negro sobre blanco la historia de la familia empresaria para evitar que se vaya perdiendo con el paso de las generaciones.